Festín de aromas y del tacto.
Caricias superficiales
y profundas que atravesaban
lagunas sentimentales y
heridas empapadas en un
sudor que perfilaba hazañas y victorias
corporales,
de epopeyas estivales propias de la estación.
Confesiones a media luz.
Un lecho se calentaba a fuego lento
por el ardor de intensas miradas y
voraces bordes de carne que se devoraban
urgentemente, temiendo que se les agotase
el tiempo, aunque relojes de arena
acompasaban ritmo y movimiento
con nórdicas melodías de producción casera.
Vísceras y órganos del intelecto.
Sedientos de comprensión
y de pasiones carnales que sólo
otros entes volátiles y del mismo
microcosmos
sabrían y pudieron saciarte
en su deseo por complacer
y autocomplacecerse.
Hoy sólo quedan ruinas,
como en Itálica.
Y pisadas en el alma, como en
la luna. Y la unión inmortal
de dos psiques alineadas
en el tiempo y en el espacio
de ése, nuestro teratológico mundo
e imaginario interior.
C.G.B.
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